Aquí les dejamos el relato de la experiencia vivida por Lucía (voluntaria en el Programa de Apoyo Escolar de la FSG Oviedo) este verano en Ecuador. Nos encanta que hayas tenido esta oportunidad esperamos compartirla pronto en persona!!!!
Este año 2013 me
inscribí en las prácticas en el ámbito de la cooperación para el desarrollo que
ofrece la Universidad de Oviedo junto al Principado de Asturias y Caritas.
Después de varias entrevistas y muchos nervios por la adjudicación de las
prácticas, me llamaron una mañana para comunicarme que había sido seleccionada
para una plaza ofertada por la ONG Ayuda en Acción, en el Área de Desarrollo de
Chillogallo, para colaborar con la Fundación Proyecto Salesiano “Chicos de la
calle”. Así fue mi experiencia:
Comencé mi voluntariado
en Quito, en la casa de acogida para chicos de la calle Mi Caleta. Todo era
nuevo para mí, nunca había estado tanto tiempo en un lugar tan diferente, lejos
de casa y sola. Al llegar allí, la acogida por parte de la Fundación fue realmente
buena, tuve la suerte de coincidir con dos voluntarios alemanes, Pasch y
Fabián, que me apoyaron mucho los primeros días.
En Mi Caleta conviví además con 14 niños,
los cuales habían vivido en situación de gran vulnerabilidad. En este centro la
Fundación les proporciona un lugar dónde vivir, atención médica, psicológica y
educativa. Trabaja con ellos hasta que puedan ser reinsertados con algún
miembro de su familia.
Para mí, fue muy
positivo llegar a Ecuador y convivir con los chicos. Me sentía como en casa. La
organización y planificación de actividades en Quito fue muy buena. Me
explicaron la labor y los principios de la Fundación y me llevaron a conocer la
sede de Ayuda En Acción en Ecuador y los distintos centros de referencia donde
trabaja la Fundación en Quito.
Después de 4 días allí,
me trasladaron al lugar en el que iba a pasar el mayor tiempo de mi voluntariado,
Santo Domingo. Cuando llegué allí mi situación cambió: después de convivir con
16 personas en Mi Caleta, pasé a vivir sola en la casa Don Bosco. Los primeros
días fueron duros, especialmente porque a las 18:30 anochecía, los trabajadores
se iban a sus casas y surgían en mi los primeros momentos de soledad. Afortunadamente
afronté la situación de forma positiva, consideré importante tener tiempo para mi
misma y reflexionar sobre todo lo que estaba viviendo. Además, a las dos
semanas ya tendría compañía, ya que venían dos voluntarios españoles Pilar y
Antonio a iniciar su experiencia de voluntariado conmigo.
En Santo Domingo
colaboré en dos centros de referencia: Don Rua y El Balcón de la Sonrisa en la
Cooperativa Che Guevara.
En Don Rua estuve con el educador Darwin. Pasaba la mayor parte del
tiempo con él y llegó a ser un amigo muy importante
allí. El primer fin de semana me llevó a conocer la ciudad y me explicó las
funciones que desempeñaba. Mi labor con Darwin consistía principalmente en
apoyar en el refuerzo escolar de las mañanas y en el comedor. Todo se realizaba
en el mismo lugar, una habitación pequeña y oscura dónde a veces llegaba a
estar más de 20 niños y niñas y se hacía dificultoso poder atender a todos a la
vez. Además de esto, acompañaba a Darwin en las visitas a casas familiares,
escuelas y lugares de trabajo de las diferentes familias. Este aspecto era muy
importante para mí, ya que me permitía conocer en profundidad la situación
social, económica y familiar en la que vivían los chicos y chicas con los que
trabajaba. Las familias siempre se mostraban amables y receptivas con nosotros,
guardaban una buena relación con el educador lo que hacía que nos recibieran
siempre con cortesía en sus hogares.
Después del comedor, por las tardes,
acompañaba a la educadora Alexandra en la Cooperativa Che Guevara. Esta Cooperativa era una zona totalmente diferente a
los lugares en los que había estado. Es una de las Cooperativas menos seguras
de la ciudad, llena de invasiones de casas, construidas de madera y con techos
de chapa, algunas de ellas instaladas en la ladera de los barrancos. Las calles
estaban todas sin asfaltar y el paso de los coches hacía que se levantara mucho
polvo, del que la mayoría de la gente intentaba escapar.
En la Cooperativa
abundaba la población afro-ecuatoriana, allí sentía que me trasladaba a otro lugar
distinto de Santo Domingo. Mis funciones eran similares que en Don Rua: apoyaba
dando refuerzo escolar en un aula que nos facilitaba la Escuela Teniente Ortiz,
y más tarde tocaba la hora del baile en el que todos juntos ensayábamos el
baile “la marimba”.
Las impresiones causadas
durante el viaje fueron muchas, imposibles de explicar brevemente. Los niños y
niñas con los que trabajé eran personas muy educadas, forzadas a madurar muy tempranamente y adquiriendo en
la mayoría de los casos responsabilidades propias de un adulto.
A pesar de ello
la calidez y alegría con la que me recibieron y se trataban entre ellos era
inmensa. Pude ver sonrisas en muchos de sus rostros, todas ellas detrás de
increíbles historias e increíbles personas que permanecerán en mi recuerdo de
un viaje inolvidable.
Gracias por compartir tu experiencia! Espero poder vivir algo parecido pronto.
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